📜 Los antiguos sabían algo que olvidamos

Nechepso y Petosiris, considerados fundadores de la astrología horoscópica, hablaban de la Luna como el «puente entre el alma y el cuerpo». Para ellos, su fase al momento del nacimiento era tan importante como el signo mismo, pues revelaba el ritmo interno del alma encarnada.

Nacer en Luna nueva era símbolo de potencial latente: el alma viene a sembrar, a iniciar un ciclo. Estas personas suelen moverse guiadas por un impulso fuerte, aunque no siempre visible desde fuera. Son reservadas, intuitivas, con una vida marcada por comienzos significativos y la necesidad de crear algo propio desde cero. Sus motivaciones son profundas, incluso misteriosas, como una semilla bajo tierra.

La Luna creciente, por su parte, indica impulso y expansión. El alma, en esta fase, buscaba crecer, explorar, avanzar. Quienes nacen bajo esta luna creciente son activos, constructores, ambiciosos, con una fuerte necesidad de afirmar su voluntad en el mundo. Representan la energía juvenil del desarrollo, la promesa en marcha.

La Luna llena marca la culminación, la revelación. Es la fase del alma expuesta, manifestada plenamente. Estos individuos brillan con una luz que no es solo suya, sino reflejo de una conciencia ampliada. Es decir, su brillo en el mundo depende también de su relación con los demás, con lo colectivo, y como les empujan a mostrarse, a ser vistos.

A menudo son figuras visibles, carismáticas, tironeadas entre razón y emoción, entre lo interno y lo externo, entre el deseo y el deber. Para Nechepso y Petosiris, esto significaba una vida de grandes aprendizajes a través del espejo del otro.

Finalmente, la Luna menguante simboliza introspección, sabiduría y cierre de ciclos. Los nacidos en esta fase vienen con una conciencia más madura, a veces cargada de memoria ancestral. Son observadores, analíticos, más conectados con el mundo interior que con la acción externa. Su misión no es construir, sino comprender, sintetizar, transmitir lo aprendido antes del nuevo ciclo.